Asesinatos de
sobremesa
cuento, por Viviana Claudia Giménez®
Sólo se trataba de una conversación más
durante la cena en el comedor estudiantil.
¿A quién podría haberle interesado esta charla? Cualquiera que hubiera pasado por ahí habría pensado,
ay, Dios mío, ¿de qué estarán hablando?
Allí siempre era difícil darse cuenta de cuál era el tema de
conversación. Todo y nada. Uno por vez, todos al mismo tiempo. Era fácil para mí escabullirme de mi cuerpo
como de costumbre y mantenerme lejos de esa mesa, de ese comedor, de esa
facultad, de ese pueblo, tal vez hasta de ese país.
- ¿Oyeron hablar del caso Susan Smith?
Bueno, ahora la conversación prometía un
poquito más. Nos pondríamos a discutir
casos criminales y amarillentos.
- Sí, la mamá asesina.
- ¡Pobre Susan, cómo la han criticado!
- ¿Qué querés decir con eso de “pobre
Susan”?
- Bueno, lo que quiero decir es que la
comprendo totalmente. Se volvió
loca. A cualquiera le puede pasar.
Yo también podía entender eso. Especialmente ahora que mis ovarios se
empeñaban en torturarme y mis hormonas parecían rebotar contra las paredes. ¿Por
qué no es suficiente con la menstruación? ¿Por qué también tenemos ese maldito
período premenstrual?
- Lo que pasó fue que el novio la dejó,
tal vez porque no soportaba a sus dos hijitos, entonces ella se puso mal,
quizás se enojó mucho con sus chiquitos, y no hay nada peor que manejar cuando
estás muy enojada. Tal vez pensó en
matarse y llevarse a sus hijos con ella, porque no soportaba la idea de dejar a
sus chicos sin la mamá, y tal vez paró justo frente al lago...
- Bueno, te lo pensaste todo, ¿eh?
- Sólo trato de ponerme en su
lugar. Se detuvo frente al lago,
sabiendo que una vez en él ya no pensaría más, dejaría de ser infeliz. Su
padrastro había abusado sexualmente de ella, además, ¿sabían, no? Y luego, fue sólo un impulso, pisó el
acelerador, y cuando estuvo bien, bien, cerca, tan cerca que le hubiera
resultado imposible frenar, entró en pánico, abrió la puerta y saltó. Fue el
instinto más primario, el de supervivencia.
Para su horror, el auto, que ahora parecía conducido por un fantasma o
por la muerte misma, se hundió en el agua con sus dos hijitos dentro. ¡Se debe de haber vuelto totalmente loca! Así
fue que inventó esa historia del hombre negro que le había secuestrado el auto
con los chicos adentro y todo eso.
Siento lástima por ella, supongo.
Es fácil para todos criticarla porque es una madre y mató a sus dos
bebitos pero tenés que entender por qué una madre haría una cosa
semejante. Ella no está totalmente loca,
sólo tuvo un momento de locura.
De ahí en adelante seguimos hablando de
delincuencia en general, pero más específicamente de asesinatos.
- Podrías cometer el asesinato perfecto
y nadie lo sabría.
- ¿Qué querés decir? ¿Creés en el asesinato perfecto?
- ¡Seguro que sí! Fijate, si atrapan a los asesinos es porque
tenían un motivo. Tienen una coartada
débil y encima los agarran porque se envalentonan, vuelven a hacer otra vez lo
mismo y de igual manera: terminan corriendo riesgos y al final los detienen.
Mientras que si hoy vos vas al otro lado de la ciudad y matás a un perfecto
desconocido, nadie se va a enterar: no hay motivo.
Todos en la mesa quedamos en
silencio. Supongo que nos preguntábamos
si este tipo hablaba en serio.
- ¿Habla la voz de la experiencia?
Se rió muy fuerte.
- ¡Claro que no! Digo esto para que
tengan algo en qué pensar esta noche ...
Cualquiera
hayan sido sus motivos para decir lo que dijo, la verdad es que nos llenó la
cabeza a todos los que estábamos sentados a esa mesa. A tal punto que al día siguiente se supo de
cuatro asesinatos en la ciudad. La noche
anterior habíamos sido cinco a la mesa.
Yo no puedo hablar por los otros, sólo de mí. Y para mí esa charla fue todo un desafío que
me hizo llevar adelante el plan. Tomé la
guía telefónica, elegí a una perfecta desconocida, anoté la dirección, hice una
llamada desde un teléfono público, averigüé un par de cosas sobre la rutina de
esta persona, fingiendo que trabajaba para la compañía de electricidad, y
cuando me aseguré de que vivía sola, procedí.
No sé lo que hicieron los otros, pero la noche siguiente la mesa estuvo
más que silenciosa. Supongo que todos
nos sentíamos implicados en un mismo, cuádruple asesinato, y que además había
entre nosotros una mutua compasión. Tal vez
porque, después de todo, se había cometido el crimen perfecto. ¿O no?