jueves, 28 de abril de 2011

ASESINATOS DE SOBREMESA, cuento, por Viviana Claudia Giménez®


Asesinatos de sobremesa
cuento, por Viviana Claudia Giménez®

Sólo se trataba de una conversación más durante la cena en el comedor estudiantil.  ¿A quién podría haberle interesado esta charla?  Cualquiera que hubiera pasado por ahí habría pensado, ay, Dios mío, ¿de qué estarán hablando?  Allí siempre era difícil darse cuenta de cuál era el tema de conversación.  Todo y nada.  Uno por vez, todos al mismo tiempo.  Era fácil para mí escabullirme de mi cuerpo como de costumbre y mantenerme lejos de esa mesa, de ese comedor, de esa facultad, de ese pueblo, tal vez hasta de ese país.
- ¿Oyeron hablar del caso Susan Smith? 
Bueno, ahora la conversación prometía un poquito más.  Nos pondríamos a discutir casos criminales y amarillentos.
- Sí, la mamá asesina.
- ¡Pobre Susan, cómo la han criticado!
- ¿Qué querés decir con eso de “pobre Susan”?
- Bueno, lo que quiero decir es que la comprendo totalmente.  Se volvió loca.  A cualquiera le puede pasar.
Yo también podía entender eso.  Especialmente ahora que mis ovarios se empeñaban en torturarme y mis hormonas parecían rebotar contra las paredes.  ¿Por qué no es suficiente con la menstruación? ¿Por qué también tenemos ese maldito período premenstrual?
- Lo que pasó fue que el novio la dejó, tal vez porque no soportaba a sus dos hijitos, entonces ella se puso mal, quizás se enojó mucho con sus chiquitos, y no hay nada peor que manejar cuando estás muy enojada.  Tal vez pensó en matarse y llevarse a sus hijos con ella, porque no soportaba la idea de dejar a sus chicos sin la mamá, y tal vez paró justo frente al lago... 
- Bueno, te lo pensaste todo, ¿eh?
- Sólo trato de ponerme en su lugar.  Se detuvo frente al lago, sabiendo que una vez en él ya no pensaría más, dejaría de ser infeliz. Su padrastro había abusado sexualmente de ella, además, ¿sabían, no?  Y luego, fue sólo un impulso, pisó el acelerador, y cuando estuvo bien, bien, cerca, tan cerca que le hubiera resultado imposible frenar, entró en pánico, abrió la puerta y saltó. Fue el instinto más primario, el de supervivencia.  Para su horror, el auto, que ahora parecía conducido por un fantasma o por la muerte misma, se hundió en el agua con sus dos hijitos dentro.  ¡Se debe de haber vuelto totalmente loca! Así fue que inventó esa historia del hombre negro que le había secuestrado el auto con los chicos adentro y todo eso.  Siento lástima por ella, supongo.  Es fácil para todos criticarla porque es una madre y mató a sus dos bebitos pero tenés que entender por qué una madre haría una cosa semejante.  Ella no está totalmente loca, sólo tuvo un momento de locura.
De ahí en adelante seguimos hablando de delincuencia en general, pero más específicamente de asesinatos.
- Podrías cometer el asesinato perfecto y nadie lo sabría.
- ¿Qué querés decir?  ¿Creés en el asesinato perfecto?
- ¡Seguro que sí!  Fijate, si atrapan a los asesinos es porque tenían un motivo.  Tienen una coartada débil y encima los agarran porque se envalentonan, vuelven a hacer otra vez lo mismo y de igual manera: terminan corriendo riesgos y al final los detienen. Mientras que si hoy vos vas al otro lado de la ciudad y matás a un perfecto desconocido, nadie se va a enterar: no hay motivo.
Todos en la mesa quedamos en silencio.  Supongo que nos preguntábamos si este tipo hablaba en serio.
- ¿Habla la voz de la experiencia?
Se rió muy fuerte.
- ¡Claro que no! Digo esto para que tengan algo en qué pensar esta noche ...
Cualquiera hayan sido sus motivos para decir lo que dijo, la verdad es que nos llenó la cabeza a todos los que estábamos sentados a esa mesa.  A tal punto que al día siguiente se supo de cuatro asesinatos en la ciudad.  La noche anterior habíamos sido cinco a la mesa.
Yo no puedo hablar por los otros, sólo de mí.  Y para mí esa charla fue todo un desafío que me hizo llevar adelante el plan.  Tomé la guía telefónica, elegí a una perfecta desconocida, anoté la dirección, hice una llamada desde un teléfono público, averigüé un par de cosas sobre la rutina de esta persona, fingiendo que trabajaba para la compañía de electricidad, y cuando me aseguré de que vivía sola, procedí.  No sé lo que hicieron los otros, pero la noche siguiente la mesa estuvo más que silenciosa.  Supongo que todos nos sentíamos implicados en un mismo, cuádruple asesinato, y que además había entre nosotros una mutua compasión.  Tal vez porque, después de todo, se había cometido el crimen perfecto.  ¿O no?

´MURDER STORIES, short story in English, by Viviana Claudia Giménez®


M

Murder Stories
short story, by Viviana Claudia Giménez®

Just another dining-center conversation over supper.  Who could have been interested in this chat?  Anyone walking past that table could have thought, Oh my God, what are they talking about? It was always hard to figure out what the topic was.  Nothing and everything.  One at a time, everyone at the same time.  It was easy for me to just have my usual out-of-body experience and keep myself far away from this table, this dining-center, this school, this town, maybe even this country.
Have you heard about the Susan Smith case?”  Well, now the conversation seemed to be getting a little bit more promising.  Now we were going to discuss yellowish, criminal cases.
“Yes, the murderous mom.”
“Poor Susan, they’ve ripped her apart!”
“What do you mean ‘poor Susan’?”
“Well, you know, like, I totally understand her.  She flipped.  Anyone can flip.”
I could sympathize with that myself.  Especially now that I felt like my ovaries were doing the conga line and my hormones were bouncing off the walls.  Why isn’t our period torture enough?  Why do we have to get PMS too? 
“You know, her boyfriend dumped her, probably because of her two little boys, she was upset, she was probably mad, angry at her kids, and there’s nothing worse than driving when you are really mad, you know, and she probably thought about killing herself and taking her children with her, because she couldn’t stand the thought of leaving them without their mom, and she probably stopped there by the lake . . .”
“Well, you’ve really thought about all this, haven’t you?”  
“Just trying to put myself in her shoes.  She pulled over by the lake, knowing that once in there she wouldn’t have to think anymore, she’d stop being miserable.  She had been abused by her step-father too, sexually abused and everything... And then, it was just an impulse, you know, she stepped on the gas, and when she was really, really close, so close she couldn’t have braked, she panicked, opened the door, and jumped. It was primal life instinct, preservation, survival.  To her horror, she saw the car, being driven as if it were by a ghost or death itself, plunging into the water with her two kids in there.  She must have gone totally nuts! And that’s how she made up that story about the black man hijacking the car and taking the kids with him and all that.  I feel for her, I guess.  It’s easy for everyone to tear her apart because she’s a mother and somehow she got her two little babies killed but you have to try to understand why a mother would do something like that.  She’s not totally insane, she just had an insane moment.”
From that we somehow ended up talking about crime in general, but more specifically about murder. 
“You know, you could commit the perfect murder, and nobody would know about it.”
“What do you mean? Do you believe in the perfect murder?”
“Sure! I think you just have to realize that the only reason why murderers are caught is because they had a motive.  They have a poor alibi and they don’t seem to have a clear motive and because of that, because they do the same thing again, all over again and they end up putting themselves in a dangerous position because nobody may know exactly why they are doing it but eventually they get caught, while if today you just went to the end of town and killed a total stranger, nobody would know: no motive.” 
Everyone at the table was silent.  I guess we were all wondering if this guy really meant this.
“Is that the voice of experience talking?”
He laughed really loud.
“Of course not.  Just giving you girls a little thrill tonight.”
Anyway, whatever his motives to tell that story, he certainly put ideas in people's minds.  So much so that the next day four murders were reported in town.  We had been five at the table the night before. 
I don’t know about the others, I just know about me.  I was certainly challenged and I went ahead with it.  Took the phone book, picked a total stranger, took down the address, made a phone call from a public phone, found out a few things about this person’s routine, pretending I was a telemarketer, and when I made sure this was a single person living by herself, I proceeded.  I don’t know what the others did, but that was a silent table the next night.  I guess we all felt implicated in the same crime.  We could all feel for each other too.  May be because the perfect crime had been committed after all.  Hadn’t it?

miércoles, 13 de abril de 2011

BENDITA CONSTITUCIÓN, cuento, por Viviana Claudia Giménez




LA CONSTITUCIÓN

Diálogo que se escuchara subrepticiamente a través de ciertas puertas bajo llave, el día ... del ... en ..., Argentina, durante la reforma constitucional (o “Se nos perdió un artículo, se nos perdió”)


            - No está.
            - ¿Cómo que no está?
            - No está, se perdió, qué sé yo.
            - ¿Cómo se va a perder? Algo así no puede perderse.
            - Bueno, andá a buscarlo vos, entonces, yo no lo encuentro. Pierini lo estuvo buscando toda la noche, Sánchez también, las secretarias...: no-es-tá, ¿la entendés o no la entendés?
            El país acababa de vivir la emoción de ser testigo de un hecho histórico sin precedentes, un momento de transcendencias indecibles para el destino de La Patria. En lugar histórico, se habían reunido los constituyentes, a la manera de esos señores-próceres-respetables de los textos escolares, para reformar La Constitución. No es que La Constitución estuviera mal hecha, no señor, todos nos inclinamos ante ella con devoción ciega después de que nos la pretendieron negar una y otra vez bajo sucias dictaduras a golpe limpio de machete. Pero la pobre estaba un poquito escashiata, no se olviden de que databa de 1853, y a pesar de unos pocos, míseros cambios aquí y allá en algunos momentos históricos pseudo-revolucionarios, seguía un tanto viejita para esos tiempos en que se nos pretendía ubicar en el tan mentado primer mundo.
            Pero ahora que al fin se había trabajado aunadamente y con tesón, ahora que se había hablado al menos de ciertos derechos y que se habían desempolvado viejos artículos, ahora que todo parecía estar concluido, ahora esto:
            - No encuentro el artículo 54 bis.
            “¿Lo qué?”, se oyó decir por ahí. ¿Qué es eso de que no encuentran un artículo? Alguien tendrá un archivo en la computadora. ¿Se olvidaron de guardarlo? ¿No andaba la fotocopiadora y el único texto quedó en el portafolio ese que le robaron al Senador Pantinflas? ¿Buscaron en los tachos de basura? ¿En los cestos de papeles?¿En las heladeras con los sobrantes de las pizzas que pidieron por teléfono mientras laburaban, en los bolsillos descosidos de los sobretodos, en las servilletitas de café donde garabateaban pitos y tetas mientras discutían los derechos y deberes de la Nación?
            - Yo creo que lo mejor va a ser no decir nada. Hacemos esto, mirá, ponemos “Artículo en Preparación”, o “Artículo Sujeto a Modificaciones”, o...
            - O nos lo salteamos, ¿quién se va a enterar? Si era un “bis”, de todos modos....
            - ¿Te parece? ¿No será medio zarpado?
            - Mirá, flaco, sí. . . ¿de qué se trataba, después de todo? ¿no era ese del derecho de los indios? ¿y cuántos indios hay? ¿quién se va a quejar?
            - ¿O era el de los derechos de los homosexuales?
            - Bueno, más a mi favor, todavía, ¿qué importan los trolos? ¿qué, ahora por pervertido vas a tener derechos, encima? -. (Risas generales)
            - Yo creo - acotó un tercero - que era el derecho de los animales perdi . . . ¿o era el de los chicos de la calle? ¡Ay, mirá, no sé, se me hace un lío! ¿Para qué habrá tantos derechos?
            Finalmente decidieron que sí, que no importaba, que quién se iba a enterar de todas formas. Los chicos repetirían el preámbulo y algunos de los artículos hasta el hartazgo en el colegio, sin pensar; los militares algún día volverían a cagarse en la bendita Constitución; los actuales funcionarios sólo la quer’an para quedar bien y que se viera que estaban haciendo algo; y lo más importante, el Jefe Mayor la quería por ese solo artículo que permitiría su reelección indefinida hasta el fin de los días (¿del pueblo?). Bueno, al menos hasta el fin de sus días. 
            Y, como siempre, la vida siguió igual: Febo siguió asomando por el mismo lado, los colectivos siguieron su ruta, y la gente continuó con sus rutinas que se ne fregan en La Constitución que está Allá en Lo Alto.

jueves, 7 de abril de 2011

DESENCUENTROS, cuento, por Viviana Claudia Giménez®

DESENCUENTROS
cuento, por Viviana Claudia Giménez®



...veo el mundo en forma de historias; como una enorme y complicada telenovela de millares y millares de capítulos.
Isabel Allende


            Recordábamos distintos recuerdos, por eso no podíamos encontrarnos.  Cuando mi mente volvía al momento en que nos conocimos, vos estabas trabajando, tal vez, o estudiando.  Cuando tu memoria recalaba en el café donde durante horas lo compartimos todo, yo me encontraba sumergida en el argumento de un libro, y sólo veía ese mundo.
            Mi analista me dijo un día:”Aun cuando el recuerdo sea el mismo, la perspectiva será distinta.  Así nunca van a hallarse.  En cambio, puede que se encuentren si, en vez de tratar de dar con un recuerdo en común, vos ponés tu mente en blanco y te dejás invadir por sus memorias”.
-          Eso nunca – dije -.  Prefiero hallarlo en los desencuentros.
-          Explicate.
-          Es decir...Si por un segundo tengo que ser él,...si acaso lo que usted
me pide que intente es que olvide lo que yo soy y que él tome mis pensamientos...creo que eso es pedir demasiado.
-          Sabés que yo no te pido cosas.  Sugiero.  Vos sola serás quien
decida o no hacer algo.  Creo que leíste mi sugerencia a tu manera, como siempre...y no te lo reprocho.  Pero lo que veo allí es un temor a que estar con él signifique perder tu propia personalidad.  ¿Puedo preguntarte por qué lo ves así?
            Como siempre, era la pregunta deseada y temida.  Yo sabía el dolor que implicaba asistir a mis sesiones de terapia; sin embargo, también apreciaba el bien que me hacían esas preguntas formuladas sin piedad a veces pero siempre en el momento justo.
-          Desde que comenzamos a pasar tanto tiempo juntos, la mayoría de
ese tiempo lo pasábamos en su casa.  Es decir, su mundo.  Yo sentía que allí yo era una visita.  A veces, hasta una intrusa.  Ésa era la casa donde estaba su oficina con una computadora repleta de su trabajo, con un teléfono con llamadas dirigidas sólo a él, con una puerta que se abría para recibir a sus amigos.  Me sentía desplazada por todas las cosas y personas que lo reclamaban, y a su vez, fuera de lugar, porque evidentemente ése no era mi pequeño mundo.
-          Y...¿dónde estaba tu “pequeño mundo”(si lo había)?
-          Por supuesto que lo había.  Era mi propia casa, claro.
-          Creo haber entendido que, desde que vivís en este país, el concepto
de “casa”, “hogar”, es un poco más complejo de lo que resultaba antes de que dejaras la casa de tus padres, allá en tu país, que durante veinte años había sido tu “hogar” ¿Qué significa ahora “hogar”?
            Qué astuta era esta mujer.  Cómo tenía la habilidad de llevarme de la oreja de un lugar a otro, cómo me hacía hablar de cosas que ni me imaginaba siquiera mencionaría antes de entrar en su consultorio.  ¿Por qué tenía que hablar de “hogar”, ahora?  Yo había ido a otra cosa.  Quería desentrañar en compañía mi relación con él, y aquí me encontraba ahora volviendo a mi infancia.
            Cuando se hizo la hora, me sentí desilusionada, y también con ese gran cansancio que me invadía hacia el final de la sesión; de pronto se acumulaban todas las preguntas que me había hecho, y sentía un dolor desde muy adentro que me hacía saltar lágrimas.
-          Hasta el martes.
¿Había realmente comprendido lo que trataba de decirle acerca de los
recuerdos, o creía que lo mío era sólo una bonita metáfora?  Ella sabía de mi gusto por lo literario, y trataba de pagarme con la misma moneda, haciéndome ver la vida como una metáfora gigantesca, y cada hecho cotidiano como un símbolo susceptible a ser desentrañado, cargado de significaciones a simple vista ignoradas.
            Esta vez no se trataba de una imagen retórica.  Yo lo recordaba a él, y lo sentía recordarme, sólo que estaba demasiado distraída como para prestarle la debida atención, y era como quien llama a un teléfono que da constantemente ocupado, y cuando finalmente da con el tono buscado, nadie contesta.
            Nos habíamos separado dos meses atrás, de mutuo acuerdo, dejando en claro que nos queríamos mucho, pero que nuestras vidas en ese momento eran totalmente incompatibles.
            Desde entonces, yo percibía las veces en que él trataba de encontrarme en un recuerdo, pero me resultaba siempre imposible acudir a su llamado.  Por otro lado, cuando mi necesidad de él se hacía insoportable, yo volvía a aquellos momentos que más feliz me habían hecho, y allí lo buscaba.  Hasta en los sueños viajaba por ese túnel vertiginoso que me conducía hacia él.  Pero todo llamado era en vano.  La imagen de él que aparecía en mis recuerdos o sueños era sólo eso, pura imagen, y no una superposición con sus propios recuerdos donde hubiera podido encontrarlo.
            La idea me obsesionó durante semanas, hasta que me pregunté si no debía llamarlo.  Pero ya habíamos descubierto que no era ésa la manera de establecer contacto entre nosotros.  Sólo me restaba esperar a que se diera el milagro.
            Mi analista me seguía el juego de la metáfora, y no hubo forma de hacerle entender mi verdadera intención.  Sesiones enteras pasamos yéndonos por las ramas de la simbología, y hasta una vez terminamos hablando de reencarnación y de diferentes teorías sobre la vida después de la vida.
            Sintiéndome incomprendida, decidí no verla por un tiempo.  Me ayudaba a pensar, a ordenar mis ideas, pero esta vez decidí que lo más saludable sería desaparecer unas semanas.
            Esa noche me concentré con todas mis fuerzas.  Mi mente volvió con facilidad a los momentos más intensos de nuestra relación.  Para ello, claro, debía por un filtro los días que habíamos compartido y dejar en aquél todos los instantes amargos –que por cierto habían sido unos cuantos.
            De pronto recordé cómo me habían enseñado a relajarme y concentrarme en aquellas clases de yoga y respiración.  A pesar del tiempo pasado desde aquello, hice el máximo esfuerzo por poner en práctica los conocimientos aprendidos.  Y esto, sumado a mi propia técnica para volver a los recuerdos, hizo el intento mucho más fructífero.  Por un instante, durante esas tres o cuatro horas de concentración, había conseguido intercambiar un par de palabras con él.  No era mucho, pero era suficiente por ahora.
            Me alejé de quienes me conocían y suspendí mis actividades habituales.  Ahora sólo se trataba de establecer el deseado contacto.  Pero por más que me esforzaba, siempre terminaba en lo mismo: un pequeño diálogo que ni siquiera recordaba al salir de ese trance.
            ¿Dónde estaría él, que no acudía al llamado?  ¿Qué era lo que impedía que el encuentro se diera?  Seguí con mis ideas, con mi propio método para hallarlo.  Hasta que se dio este diálogo que sí no olvidé:
-          Yo no te lo pedía, vos eras la que no hacía nada para
evitarlo...Vení...
-          ¿Qué decís?  Siempre luché contra eso, no quiero ir, ni que
vengas...Quiero que nos encontremos a mitad de camino.
-          No puedo, yo tampoco puedo moverme...Vení...
Creí ver lágrimas en sus ojos, desesperación en su pedido, pero no
podía sucumbir, porque hubiera sido mi final.
            Cuando volví a mi analista, la pregunta obligada fue:
-          ¿Lo hallaste?
-          Sí, pero no estoy segura si era él.  Además...tal vez nunca lo conocí
en realidad.
-          Es difícil sostener que alguna vez terminamos realmente de conocer
a alguien.
-          No quise decir eso.  Quise decir que...tal vez todo esto no ocurrió
nunca.  Y que todavía estoy buscando al que no puedo encontrar.  ¿Era Don Quijote el que no distinguía realidad de sueño...?
-          Entre otros...
-          Sin embargo, creo que soy yo la que estoy siendo buscada, o tal vez
soñada, por quien me busca...
-          Eso es Borges.
-          Tal vez.  No fue mi intención someterla a este jueguito literario.  Es
sólo que los límites por momentos se desdibujarn, y ya no podría decirle si ahora estoy aquí o pensando que estoy aquí.  Lo que temo es...que estoy dividida en dos, y me aterra la otra.  Es impredecible.
-          Eso es esquizofrenia.
Me fui pensando que tal vez todo ese tiempo sólo había estado en casa,
entrando y saliendo de mi mente como quien abre y cierra un libro.  Así era precisamente mi vida, un libro que se desarrollaba delante de mis ojos, con mi analista como lectora de sus vaivenes, y conmigo como autora, o traductora, o...Todo parecía reducirse a un proceso de composición enfermiza con posterior interpretación intelectual.
            Sin embargo, mi vida se desenvolvió con relativa naturalidad, hasta que un día volví a casa, y no me encontré.  Esta vez el desencuentro era conmigo misma, y por cierto fue el más desconcertante de mi vida.  Alguien después (no sé bien quién) intentó escribir esta historia.

Este cuento fue publicado, con pequeños cambios, en Letras femeninas, University of Nebraska, Lincoln, Nebraska, EEUU.  Vol. XX, Nos. 1-2, 1994.



Este cuento fue publicado, con pequeños cambios, en Letras femeninas, University of Nebraska, Lincoln, Nebraska, EEUU.  Vol. XX, Nos. 1-2, 1994.

miércoles, 6 de abril de 2011

MANUAL DE INSTRUCCIONES II. Cuento, por Viviana Claudia Giménez®

MANUAL DE INSTRUCCIONES II
Cuento, por Viviana Claudia Giménez®

MANUAL DE INSTRUCCIONES II
Cuento, por Viviana Claudia Giménez®

Se había mudado a muchas casas anteriormente, pero ésta era la primera vez que se instalaba en una que venía con instrucciones. 
Al principio le causó gracia, claro, como si a la casa le hiciera gracia alguna. 
Pronto se dio cuenta de que la cosa no era chiste, qué joder.  Cuando una casa viene con instrucciones, lo peor que podés hacer es desoírlas.  Pueden pasar muchas cosas: que a la casa no le guste ni medio que le lleves la contra; que una misma empiece a sentirse culpable por no respetar las reglas...Por ejemplo, conocí el caso de esta chica a la que, literalmente, se le cerraron todas las puertas: jamás pudo volver a salir y de adentro nadie escuchaba sus gritos, flor de bronca se había agarrado la casa.  Y también supe de una familia entera que no daba la más mínima bolilla a las instrucciones, y, ¿cómo explicarlo?, desde adentro mismo de ellos les empezó a brotar una culpa de dimensiones tan desproporcionadas que inundó la casa.  Y así se perdieron ellos. 
La cuestión es que no se pueden ignorar las reglas, así que ahora ella también debería seguirlas.  Sin escepticismos, sin sonrisitas suspicaces.
Pero es que eran unas instrucciones de lo más complicadas, por no decir excesivamente molestas y de difícil aplicación.  Por ejemplo, a la mañana debía correr todas las cortinas y regar las plantes ANTES de desayunar.  Después, sólo DESPUÉS de esto podía bañarse y salir.  A veces le daban unas ganas locas de hacer todo lo contrario, pero qué va, no se podía.  Al llegar a la casa debía prender todas las luces, ir al baño, lavarse las manos, prender la radio O la televisión (sí, a veces había una cierta flexibilidad).  Las cosas debían hacerse en un cierto orden indiscutible y guay de no cumplir.
Un día se hartó, y pensó que sería más fácil cambiar de casa.  Pero tenía terror de que la nueva vivienda también tuviese instrucciones, y que éstas fueran aún mucho más difíciles de seguir.  Comenzó a soñar con una rutina impuesta por ella misma.  Se regodeaba con el pensamiento de levantarse por las mañanas y salir a comprar el diario y LUEGO pasear el perro (que no tenía) y de, por ejemplo, regar las plantas a la noche, antes de acostarse.  La vida, sin embargo, carece de ciertas libertades, se dijo.
A pesar de todo un día se aventuró y se mudó, así nomás.  Claro que no contaba para nada con que al comprarse un auto, éste vendría con instrucciones que se contradirían gravemente con las de la nueva casa, y aunque estas últimas eran menos estrictas que las de la casa anterior, ¿qué hacer con estas contradicciones?
Ella partió un día, a pie, hacia la tierra sin casas ni autos.

lunes, 4 de abril de 2011

PLAGAS, cuento, por Viviana Claudia Giménez®

PLAGAS

cuento, por Viviana Claudia Giménez®




Convinimos en que no diremos ni una palabra a nadie; vamos a tratar de resolver el problema, léase “librarnos de ellas”, de alguna forma silenciosa, ascéptica y práctica.  No tiene sentido volver una vez más a la pregunta “¿y de dónde pueden haber venido?”  Es un interrogante vacío, y lo sabemos bien por experiencias anteriores.
Cuando fueron cucarachas (¿te acordás de la primera vez que las vimos, danzando desesperadamente en el lavatorio entre las gotitas cristalinas?), reacionamos con grititos histéricos, asco, y luego reflexionamos sabiamente: “Bueno, fumigamos y listo, ¿no?”
Je, je, no fue tan simple.  Largas semanas que se hicieron meses, intentando nuevos métodos, recurriendo a nuevas recetitas y trucos que nos pasaban nuestros amigos.  Durante la invasión, nosotros mismos aspiramos veneno, murieron las plantas y nuestra costumbre de dejar comida fuera de la heladera.
Pero al final, con gran orgullo de nuestra parte, vencimos.  Fue un alivio recoger esos cadáver patas arriba, y prender las luces repentinamente en el medio de la noche para no sorprenderlas corriendo hacia alguna ranura que les sirviera de ruta rápida a sus niditos.  Los platos de comida volvieron a exhibirse desvergonzadamente, nos dábamos el lujo de no lavar la vajilla después de comer, sino cuando se nos diera la real gana; ya no había alimañas que aceleraran los latidos de nuestro maltratado corazón.
Hasta que apareció el primer ratón.  ¡Ajá, ja!  Ahí te quiero ver, me dijiste.  Porque era justamente lo que yo había dicho esperaba no ver nunca, ¡NUNCA!, en una casa que yo habitara.  Pero se nos escurrió esa primera vez, con todo descaro, aunque debo confesar, más atemorizado que nosotros.
Esta vez, matar era distinto.  No sería ya el simple acto de aplastar con los pies y sentir el crujido jugoso bajo el calzado experto; ahora, había unos ojitos que nos miraban.  ¿Qué hacer?  El casero nos suministró “un venenito muy especial que los mata seguro pero no dentro de la casa sino que los obliga a salir en busca de agua y ahí es cuando se despanzurran (les revienta las tripas), lejos, resguardando la higiene del hogar”.  El tal venenito resultó alimento para nuestras no deseadas mascotas, que se daban el gran festín y seguían correteando con alegría, emitiendo soniditos pseudo-pajariles, rascando la madera, y lo que era peor, fornicando sin pudores, dado que el número de ellos parecía aumentar pavorosamente.
Cuando nos animamos con las trampas, a pesar de que dicho método significaría recoger con nuestras propias manos los cuerpos inertes de quienes en vida tantas incomodidades nos habían causado, logramos en dos días lo que un mes de “venenito” nos había estado postergando: el placer de ver con nuestros propios ojos el fin de toda desdicha.
Pero ahora . . . ¿qué?  Por las dudas no diremos nada, pensarán que ya deliramos, que vemos seres vivientes donde no los hay.  No vamos a contarlo, ¿qué te parece?  Ya encontraremos la forma de librarnos de este par de vacas que nos invadió la casa. A una la encontré cómodamente recostada en el sofá del living, a la otra la viste vos pastando en la alfombra de nuestro cuarto.


Este cuento fue publicado en la ya tristemente desaparecida revista literaria de Mempo Giardinelli, Puro Cuento (28), Buenos Aires, mayo-junio, 1991.

sábado, 2 de abril de 2011

UN PEQUEÑO TEMBLOR / A LIGHT TREMOR, (cuento/short story), in Spanish and English, por / by Viviana Claudia Giménez ®


UN PEQUEÑO TEMBLOR

por Viviana Claudia Giménez®


“Me alegro tanto por vos”, le dijo él aquella tarde.  En realidad, lo repetió tantas veces que no parecía sincero.  O tal vez se trataba simplemente de ese modo entusiasta y norteamericano de mostrar emociones, no estaba segura todavía.  No podía estarlo luego de sólo dos años en ese país.  No lo sabría tampoco aún en su décimo año de residencia.
            Aquel día, ella se había graduado y al fin tenía su Master’s, después de tanto dolor y sufrimiento.  Pero él, no; era catorce años mayor y no lo había conseguido, ocupado aún con sus exámenes y ensayos, sin haber llegado siquiera a la tesis. 
            “Ah, cómo te envidio la toga”, le dijo él mientras la ayudaba a vestirse.  Se rió también cuando ella trató de hacerlo sola y se puso todo al revés.  Acababa de alquilar las malditas vestiduras, era la primera vez en su latinoamericana existencia que se ponía semejante cosa, “el disfraz de juez”, como ella decía.  Y él se atrevió a reírse por no saber hacerlo bien.
            - Te paso a buscar a las once mañana.
            Cuando se hicieron las once y él no aparecía, ella comenzó a impacientarse.  A las once y media, cerca del ataque de pánico, lo llamó.
            “Ah, sí, ya estoy saliendo”, respondió él, como si nada.  “No te preocupes: no van a empezar hasta la una o las dos, de todos modos”.
            ‘¿Y a quién le importa eso? Es la hora del ensayo’, pensó ella, ‘y quiero participar.  Quiero ser parte de cada segundo de vida americana, de cada momento que me permitan estar aquí.  No lo arruines todo’.
            Al mediodía apareció, relajado.  Enfurruñada, lo recibió, y así se mantuvo durante las primeras fotos que le sacó él antes de entrar al gimnasio.  Todas la fotos saldrían fuera de foco, de todos modos.  En el fondo, ella ya lo sabía.
            En la ceremonia se sintió una estrella de Hollywood.  Esos discursos le estaban destinados; también, a cientos de otros graduados más, pero eso no importaba.  Mientras tanto, todo el tiempo estuvo preocupada porque el gorrito no se le quedaba en la cabeza, y temió que se le resbalara en el momento exacto de recibir el diploma.  ¿Se tropezaría también?
            “Fernanda Linares”.  No se equivocaron, aunque el acento era inconfundiblemente anglosajón.  ¡Flash!  Bien, consiguió captar ese instante.
            Luego de la ceremonia, la hizo pararse delante de un lugar y otro y le tomó más fotos.  También le pidió a un chico que les sacara una a los dos.  Fue la única que salió bien.  La conserva aún, cortada por la mitad.
            Esa noche, algunos amigos fueron a verla.  Se había decidido que la pequeña reunión se hiciera en la casa de él, ya que su departamento era tan pequeño e impresentable.  Él bostezó mientras los amigos se quedaban ya sin cumplidos ni frases ingeniosas para decir.  Los bocaditos y los tragos siguieron por un rato más, un buen número de la gente en su lista de invitados nunca apareció, y pronto se encontraron en la cama luego de un día agotador.
            Sus cuerpos se acercaron después de que ella lo besara por un comentario tonto.  Lenta y debidamente, él realizaba los movimientos previos al amor.  Estaban en el medio de sus preámbulos favoritos cuando oyeron lo que le pareció un tiro (a él, no a ella y su oído poco entrenado).
            - ¿Qué fue eso?, interrumpió él, con tono atemorizado.
            - ¿Eh? ¡No sé, no te detengas!
            Él se incorporó con tanta rapidez que ella pensó que había dicho algo equivocado, para variar.  Él tanteó detrás de la cama y tomó la pistola.  Era la primera vez que ella la veía, y le aterrorizó pensar en todas las horas de sueño y de amor que habían disfrutado tan cerca de un arma mortal.
            En medio de la noche silenciosa, él anduvo por toda la casa mientras ella aguardaba, hambrienta, muerta de sed.
            Cinco minutos más tarde estaba de vuelta.
            - ¿Qué fue?
            - No sé.  Da miedo.
            - Sí.  Mucho miedo.
            Él se acostó a dormir.
            Ella se dio vuelta en la cama, mientras las lágrimas que le surcaban las mejillas parecían escaldarla.
            Al día siguiente leyó en el diario: “Un pequeño temblor se registró en la ciudad.  No hubo incidentes”.
           



A LIGHT TREMOR
by Viviana Claudia Giménez®

“I’m so happy for you”, he had said on that day.  Actually, he’d said it too many times to really mean it.  Or maybe it was just the American way to show emotions, she was not sure yet.  She couldn’t be sure after only two years in this country.  She wouldn’t be sure even on her tenth year.
That day, she had finally graduated.  She had her Master’s degree, after all that pain and suffering.  But he hadn’t; he was fourteen years older than her, and he hadn’t.  He was still working on tests and papers, not even his thesis.
“Oh, I have robe envy”, he said, as he helped her put on her cap and gown.  He laughed too when she tried to do it on her own and put it backwards.  She had just rented the damned thing, it was the first time in her South American life that she’d put on such a costume (“a judge’s costume”, she thought), and he dared laugh at her for not doing it right.
“I’ll pick you up at eleven tomorrow”.
As eleven came along and he didn’t show up, she got fidgety.  At 11:30, in a panic, she called him.  “Oh, yeah, I’m on my way”, he said matter-of-factly.  “Do not be worried: they won’t start until one or two anyway.”
Who cares?  It’s rehearsal time, and I want to be part of it.  I want to be part of every second of American life, every second they allow me to.  Don’t destroy that.
At noon, he showed up, all relaxed.  I was pouting, and I continued to do so as he took some pictures of me in cap and gown before going into the gym.  All the pictures would be out of focus, anyway.  Deep inside, I knew it.
The ceremony made me feel like the star of a Hollywood movie.  Those speeches were for me -and hundreds of others, but that didn’t matter.  All the time I was worried because my cap was not holding, and I feared it would slide down my face at the exact moment of getting my diploma.  Would I trip, too?  “Fernanda Linares”.  They got it right, though the accent was unmistakably American.
Flash!  Good, he caught the moment.
After the ceremony, he made me stand in front of this and that and took some more shots.  He also asked some kid to take a picture of us.  The only one that come out right.  The one that I know keep, cut in half.
Later that night, some friends came over.  We decided to have a little reception at his place, since mine was so tiny and unpresentable.  He yawned as my friends ran out of compliments and cute things to say.  Food and drinks lingered on for a while, a good number of the people on my list never showed up, and soon we were in bed after an exhausting day.
Love-making started after I kissed him over a silly comment.  His movements were slow and dutiful.  He was in the middle of our favorite foreplay when we heard what sounded like a shot.
“What was that?”.  He seemed frightened.
“Humm? I don’t know, don’t stop!”
He got up so quickly I thought I had said the wrong thing, for a change.  He felt behind the bed and grabbed a pistol.  It was the first time I saw it, and it scared me to think of all those hours of quiet sleep and love-making that had taken place behind a deadly weapon.
He checked around the house, in the middle of the silent night.  I waited; thirsty, hungry.
Five minutes later he was back.
“What was it?”
“I don’t know.  It’s scary”.
“Yes.  Very scary.”
He laid down to sleep.
I turned around as tears came down my face.  The next day I heard it in the news: “A light tremor was felt in the city last night.  No incidents reported.”