PLAGAS
cuento, por Viviana Claudia Giménez®
Convinimos
en que no diremos ni una palabra a nadie; vamos a tratar de resolver el
problema, léase “librarnos de ellas”, de alguna forma silenciosa, ascéptica y
práctica. No tiene sentido volver una
vez más a la pregunta “¿y de dónde pueden haber venido?” Es un interrogante vacío, y lo sabemos bien
por experiencias anteriores.
Cuando
fueron cucarachas (¿te acordás de la primera vez que las vimos, danzando
desesperadamente en el lavatorio entre las gotitas cristalinas?), reacionamos
con grititos histéricos, asco, y luego reflexionamos sabiamente: “Bueno,
fumigamos y listo, ¿no?”
Je, je, no
fue tan simple. Largas semanas que se
hicieron meses, intentando nuevos métodos, recurriendo a nuevas recetitas y
trucos que nos pasaban nuestros amigos.
Durante la invasión, nosotros mismos aspiramos veneno, murieron las
plantas y nuestra costumbre de dejar comida fuera de la heladera.
Pero al
final, con gran orgullo de nuestra parte, vencimos. Fue un alivio recoger esos cadáver patas
arriba, y prender las luces repentinamente en el medio de la noche para no
sorprenderlas corriendo hacia alguna ranura que les sirviera de ruta rápida a
sus niditos. Los platos de comida
volvieron a exhibirse desvergonzadamente, nos dábamos el lujo de no lavar la
vajilla después de comer, sino cuando se nos diera la real gana; ya no había
alimañas que aceleraran los latidos de nuestro maltratado corazón.
Hasta que
apareció el primer ratón. ¡Ajá, ja! Ahí te quiero ver, me dijiste. Porque era justamente lo que yo había dicho
esperaba no ver nunca, ¡NUNCA!, en una casa que yo habitara. Pero se nos escurrió esa primera vez, con
todo descaro, aunque debo confesar, más atemorizado que nosotros.
Esta vez,
matar era distinto. No sería ya el
simple acto de aplastar con los pies y sentir el crujido jugoso bajo el calzado
experto; ahora, había unos ojitos que nos miraban. ¿Qué hacer?
El casero nos suministró “un venenito muy especial que los mata seguro
pero no dentro de la casa sino que los obliga a salir en busca de agua y ahí es
cuando se despanzurran (les revienta las tripas), lejos, resguardando la
higiene del hogar”. El tal venenito
resultó alimento para nuestras no deseadas mascotas, que se daban el gran
festín y seguían correteando con alegría, emitiendo soniditos pseudo-pajariles,
rascando la madera, y lo que era peor, fornicando sin pudores, dado que el
número de ellos parecía aumentar pavorosamente.
Cuando nos
animamos con las trampas, a pesar de que dicho método significaría recoger con
nuestras propias manos los cuerpos inertes de quienes en vida tantas
incomodidades nos habían causado, logramos en dos días lo que un mes de
“venenito” nos había estado postergando: el placer de ver con nuestros propios
ojos el fin de toda desdicha.
Pero ahora
. . . ¿qué? Por las dudas no diremos
nada, pensarán que ya deliramos, que vemos seres vivientes donde no los
hay. No vamos a contarlo, ¿qué te
parece? Ya encontraremos la forma de
librarnos de este par de vacas que nos invadió la casa. A una la encontré cómodamente
recostada en el sofá del living, a la otra la viste vos pastando en la alfombra
de nuestro cuarto.
Este cuento fue publicado en la ya tristemente desaparecida revista literaria de Mempo Giardinelli, Puro Cuento (28), Buenos Aires, mayo-junio, 1991.
Viviana, q bueno conocer tu espacio!!!!
ResponderEliminarDesde ya te sigo: Llegué hasta vos desde el espacio de Peregrino, y me re_encantó, amiga, así q si me lo permitís te sigo y te ubico en mi link de enlaces, acá en:
Monólogos felinos
http://matesysonrisasfelinas.blogspot.com
El cuento del post original al 100%... A ver si te muestro "Rachita" un mini_relato sobre nuestras amigas, las cuca_rachitas: Dps de leerlo, acabás amándolas...
Abrazote inmenso,
Malena
Ay, Malena, mis lindos tus comentarios, pero de ahí a que me hagas amar las cucarachas...hay mucho trecho! Voy a visitar tu espacio. Saluditos...!
ResponderEliminarJajaja!! Y ni te cuento cuando aparezcan los dinosaurios...
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