DESENCUENTROS
cuento, por Viviana Claudia Giménez®
...veo el mundo en forma de historias; como una enorme y complicada telenovela de millares y millares de capítulos.
Isabel Allende
Recordábamos
distintos recuerdos, por eso no podíamos encontrarnos. Cuando mi mente volvía al momento en que nos
conocimos, vos estabas trabajando, tal vez, o estudiando. Cuando tu memoria recalaba en el café donde
durante horas lo compartimos todo, yo me encontraba sumergida en el argumento
de un libro, y sólo veía ese mundo.
Mi analista me dijo un día:”Aun
cuando el recuerdo sea el mismo, la perspectiva será distinta. Así nunca van a hallarse. En cambio, puede que se encuentren si, en vez
de tratar de dar con un recuerdo en común, vos ponés tu mente en blanco y te
dejás invadir por sus memorias”.
-
Eso nunca – dije -.
Prefiero hallarlo en los desencuentros.
-
Explicate.
-
Es decir...Si por un segundo tengo que ser él,...si acaso lo
que usted
me
pide que intente es que olvide lo que yo soy y que él tome mis
pensamientos...creo que eso es pedir demasiado.
-
Sabés que yo no te pido cosas. Sugiero.
Vos sola serás quien
decida
o no hacer algo. Creo que leíste mi
sugerencia a tu manera, como siempre...y no te lo reprocho. Pero lo que veo allí es un temor a que estar
con él signifique perder tu propia personalidad. ¿Puedo preguntarte por qué lo ves así?
Como siempre, era la pregunta
deseada y temida. Yo sabía el dolor que
implicaba asistir a mis sesiones de terapia; sin embargo, también apreciaba el
bien que me hacían esas preguntas formuladas sin piedad a veces pero siempre en
el momento justo.
-
Desde que comenzamos a pasar tanto tiempo juntos, la mayoría
de
ese
tiempo lo pasábamos en su casa. Es
decir, su mundo. Yo sentía que allí yo era
una visita. A veces, hasta una intrusa. Ésa era la casa donde estaba su oficina con una computadora repleta
de su trabajo, con un teléfono con
llamadas dirigidas sólo a él, con una
puerta que se abría para recibir a sus
amigos. Me sentía desplazada por todas
las cosas y personas que lo reclamaban, y a su vez, fuera de lugar, porque
evidentemente ése no era mi pequeño mundo.
-
Y...¿dónde estaba tu “pequeño mundo”(si lo había)?
-
Por supuesto que lo había.
Era mi propia casa, claro.
-
Creo haber entendido que, desde que vivís en este país, el
concepto
de
“casa”, “hogar”, es un poco más complejo de lo que resultaba antes de que
dejaras la casa de tus padres, allá en tu país, que durante veinte años había
sido tu “hogar” ¿Qué significa ahora “hogar”?
Qué astuta era esta mujer. Cómo tenía la habilidad de llevarme de la
oreja de un lugar a otro, cómo me hacía hablar de cosas que ni me imaginaba
siquiera mencionaría antes de entrar en su consultorio. ¿Por qué tenía que hablar de “hogar”, ahora? Yo había ido a otra cosa. Quería desentrañar en compañía mi relación
con él, y aquí me encontraba ahora volviendo a mi infancia.
Cuando se hizo la hora, me sentí
desilusionada, y también con ese gran cansancio que me invadía hacia el final
de la sesión; de pronto se acumulaban todas las preguntas que me había hecho, y
sentía un dolor desde muy adentro que me hacía saltar lágrimas.
-
Hasta el martes.
¿Había realmente comprendido lo que
trataba de decirle acerca de los
recuerdos,
o creía que lo mío era sólo una bonita metáfora? Ella sabía de mi gusto por lo literario, y
trataba de pagarme con la misma moneda, haciéndome ver la vida como una
metáfora gigantesca, y cada hecho cotidiano como un símbolo susceptible a ser
desentrañado, cargado de significaciones a simple vista ignoradas.
Esta vez no se trataba de una imagen
retórica. Yo lo recordaba a él, y lo
sentía recordarme, sólo que estaba demasiado distraída como para prestarle la
debida atención, y era como quien llama a un teléfono que da constantemente
ocupado, y cuando finalmente da con el tono buscado, nadie contesta.
Nos habíamos separado dos meses
atrás, de mutuo acuerdo, dejando en claro que nos queríamos mucho, pero que
nuestras vidas en ese momento eran totalmente incompatibles.
Desde entonces, yo percibía las
veces en que él trataba de encontrarme en un recuerdo, pero me resultaba
siempre imposible acudir a su llamado.
Por otro lado, cuando mi necesidad de él se hacía insoportable, yo
volvía a aquellos momentos que más feliz me habían hecho, y allí lo
buscaba. Hasta en los sueños viajaba por
ese túnel vertiginoso que me conducía hacia él.
Pero todo llamado era en vano. La
imagen de él que aparecía en mis recuerdos o sueños era sólo eso, pura imagen,
y no una superposición con sus propios recuerdos donde hubiera podido
encontrarlo.
La idea me obsesionó durante
semanas, hasta que me pregunté si no debía llamarlo. Pero ya habíamos descubierto que no era ésa
la manera de establecer contacto entre nosotros. Sólo me restaba esperar a que se diera el
milagro.
Mi analista me seguía el juego de la
metáfora, y no hubo forma de hacerle entender mi verdadera intención. Sesiones enteras pasamos yéndonos por las
ramas de la simbología, y hasta una vez terminamos hablando de reencarnación y
de diferentes teorías sobre la vida después de la vida.
Sintiéndome incomprendida, decidí no
verla por un tiempo. Me ayudaba a
pensar, a ordenar mis ideas, pero esta vez decidí que lo más saludable sería
desaparecer unas semanas.
Esa noche me concentré con todas mis
fuerzas. Mi mente volvió con facilidad a
los momentos más intensos de nuestra relación.
Para ello, claro, debía por un filtro los días que habíamos compartido y
dejar en aquél todos los instantes amargos –que por cierto habían sido unos
cuantos.
De pronto recordé cómo me habían
enseñado a relajarme y concentrarme en aquellas clases de yoga y
respiración. A pesar del tiempo pasado
desde aquello, hice el máximo esfuerzo por poner en práctica los conocimientos
aprendidos. Y esto, sumado a mi propia
técnica para volver a los recuerdos, hizo el intento mucho más fructífero. Por un instante, durante esas tres o cuatro
horas de concentración, había conseguido intercambiar un par de palabras con
él. No era mucho, pero era suficiente por
ahora.
Me alejé de quienes me conocían y
suspendí mis actividades habituales.
Ahora sólo se trataba de establecer el deseado contacto. Pero por más que me esforzaba, siempre
terminaba en lo mismo: un pequeño diálogo que ni siquiera recordaba al salir de
ese trance.
¿Dónde estaría él, que no acudía al
llamado? ¿Qué era lo que impedía que el
encuentro se diera? Seguí con mis ideas,
con mi propio método para hallarlo.
Hasta que se dio este diálogo que sí no olvidé:
-
Yo no te lo pedía, vos eras la que no hacía nada para
evitarlo...Vení...
-
¿Qué decís? Siempre
luché contra eso, no quiero ir, ni que
vengas...Quiero
que nos encontremos a mitad de camino.
-
No puedo, yo tampoco puedo moverme...Vení...
Creí ver lágrimas en sus ojos,
desesperación en su pedido, pero no
podía
sucumbir, porque hubiera sido mi final.
Cuando volví a mi analista, la
pregunta obligada fue:
-
¿Lo hallaste?
-
Sí, pero no estoy segura si era él. Además...tal vez nunca lo conocí
en
realidad.
-
Es difícil sostener que alguna vez terminamos realmente de
conocer
a
alguien.
-
No quise decir eso.
Quise decir que...tal vez todo esto no ocurrió
nunca. Y que todavía estoy buscando al que no puedo
encontrar. ¿Era Don Quijote el que no
distinguía realidad de sueño...?
-
Entre otros...
-
Sin embargo, creo que soy yo la que estoy siendo buscada, o
tal vez
soñada,
por quien me busca...
-
Eso es Borges.
-
Tal vez. No fue mi
intención someterla a este jueguito literario.
Es
sólo
que los límites por momentos se desdibujarn, y ya no podría decirle si ahora
estoy aquí o pensando que estoy aquí. Lo
que temo es...que estoy dividida en dos, y me aterra la otra. Es impredecible.
-
Eso es esquizofrenia.
Me fui pensando que tal vez todo ese
tiempo sólo había estado en casa,
entrando
y saliendo de mi mente como quien abre y cierra un libro. Así era precisamente mi vida, un libro que se
desarrollaba delante de mis ojos, con mi analista como lectora de sus vaivenes,
y conmigo como autora, o traductora, o...Todo parecía reducirse a un proceso de
composición enfermiza con posterior interpretación intelectual.
Sin embargo, mi vida se desenvolvió
con relativa naturalidad, hasta que un día volví a casa, y no me encontré. Esta vez el desencuentro era conmigo misma, y
por cierto fue el más desconcertante de mi vida. Alguien después (no sé bien quién) intentó
escribir esta historia.
Este cuento fue publicado,
con pequeños cambios, en Letras femeninas, University of Nebraska, Lincoln,
Nebraska, EEUU. Vol. XX, Nos. 1-2, 1994.
Este cuento fue publicado, con pequeños cambios, en Letras femeninas, University of Nebraska, Lincoln, Nebraska, EEUU. Vol. XX, Nos. 1-2, 1994.
Quizá, un poco de nosotros se va con cada recuerdo. Por eso hay muchos nosotros aquí y allá, recordándonos.
ResponderEliminarPD. Los psicoanalistas sólo te meten la mano en tu bolsillo mientras vos estás mirando en tu inconsciente.
En estos últimos tiempos, reencontrarme con amigas y compañeras del pasado me hizo dar cuenta de todo lo que había olvidado...porque no las tenía a ellas para recordármelo. Supongo que esa debe ser parte de la tristeza que se siente cuando alguien muere: se van con esa persona que conociste todos las vivencias en común.
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