jueves, 7 de abril de 2011

DESENCUENTROS, cuento, por Viviana Claudia Giménez®

DESENCUENTROS
cuento, por Viviana Claudia Giménez®



...veo el mundo en forma de historias; como una enorme y complicada telenovela de millares y millares de capítulos.
Isabel Allende


            Recordábamos distintos recuerdos, por eso no podíamos encontrarnos.  Cuando mi mente volvía al momento en que nos conocimos, vos estabas trabajando, tal vez, o estudiando.  Cuando tu memoria recalaba en el café donde durante horas lo compartimos todo, yo me encontraba sumergida en el argumento de un libro, y sólo veía ese mundo.
            Mi analista me dijo un día:”Aun cuando el recuerdo sea el mismo, la perspectiva será distinta.  Así nunca van a hallarse.  En cambio, puede que se encuentren si, en vez de tratar de dar con un recuerdo en común, vos ponés tu mente en blanco y te dejás invadir por sus memorias”.
-          Eso nunca – dije -.  Prefiero hallarlo en los desencuentros.
-          Explicate.
-          Es decir...Si por un segundo tengo que ser él,...si acaso lo que usted
me pide que intente es que olvide lo que yo soy y que él tome mis pensamientos...creo que eso es pedir demasiado.
-          Sabés que yo no te pido cosas.  Sugiero.  Vos sola serás quien
decida o no hacer algo.  Creo que leíste mi sugerencia a tu manera, como siempre...y no te lo reprocho.  Pero lo que veo allí es un temor a que estar con él signifique perder tu propia personalidad.  ¿Puedo preguntarte por qué lo ves así?
            Como siempre, era la pregunta deseada y temida.  Yo sabía el dolor que implicaba asistir a mis sesiones de terapia; sin embargo, también apreciaba el bien que me hacían esas preguntas formuladas sin piedad a veces pero siempre en el momento justo.
-          Desde que comenzamos a pasar tanto tiempo juntos, la mayoría de
ese tiempo lo pasábamos en su casa.  Es decir, su mundo.  Yo sentía que allí yo era una visita.  A veces, hasta una intrusa.  Ésa era la casa donde estaba su oficina con una computadora repleta de su trabajo, con un teléfono con llamadas dirigidas sólo a él, con una puerta que se abría para recibir a sus amigos.  Me sentía desplazada por todas las cosas y personas que lo reclamaban, y a su vez, fuera de lugar, porque evidentemente ése no era mi pequeño mundo.
-          Y...¿dónde estaba tu “pequeño mundo”(si lo había)?
-          Por supuesto que lo había.  Era mi propia casa, claro.
-          Creo haber entendido que, desde que vivís en este país, el concepto
de “casa”, “hogar”, es un poco más complejo de lo que resultaba antes de que dejaras la casa de tus padres, allá en tu país, que durante veinte años había sido tu “hogar” ¿Qué significa ahora “hogar”?
            Qué astuta era esta mujer.  Cómo tenía la habilidad de llevarme de la oreja de un lugar a otro, cómo me hacía hablar de cosas que ni me imaginaba siquiera mencionaría antes de entrar en su consultorio.  ¿Por qué tenía que hablar de “hogar”, ahora?  Yo había ido a otra cosa.  Quería desentrañar en compañía mi relación con él, y aquí me encontraba ahora volviendo a mi infancia.
            Cuando se hizo la hora, me sentí desilusionada, y también con ese gran cansancio que me invadía hacia el final de la sesión; de pronto se acumulaban todas las preguntas que me había hecho, y sentía un dolor desde muy adentro que me hacía saltar lágrimas.
-          Hasta el martes.
¿Había realmente comprendido lo que trataba de decirle acerca de los
recuerdos, o creía que lo mío era sólo una bonita metáfora?  Ella sabía de mi gusto por lo literario, y trataba de pagarme con la misma moneda, haciéndome ver la vida como una metáfora gigantesca, y cada hecho cotidiano como un símbolo susceptible a ser desentrañado, cargado de significaciones a simple vista ignoradas.
            Esta vez no se trataba de una imagen retórica.  Yo lo recordaba a él, y lo sentía recordarme, sólo que estaba demasiado distraída como para prestarle la debida atención, y era como quien llama a un teléfono que da constantemente ocupado, y cuando finalmente da con el tono buscado, nadie contesta.
            Nos habíamos separado dos meses atrás, de mutuo acuerdo, dejando en claro que nos queríamos mucho, pero que nuestras vidas en ese momento eran totalmente incompatibles.
            Desde entonces, yo percibía las veces en que él trataba de encontrarme en un recuerdo, pero me resultaba siempre imposible acudir a su llamado.  Por otro lado, cuando mi necesidad de él se hacía insoportable, yo volvía a aquellos momentos que más feliz me habían hecho, y allí lo buscaba.  Hasta en los sueños viajaba por ese túnel vertiginoso que me conducía hacia él.  Pero todo llamado era en vano.  La imagen de él que aparecía en mis recuerdos o sueños era sólo eso, pura imagen, y no una superposición con sus propios recuerdos donde hubiera podido encontrarlo.
            La idea me obsesionó durante semanas, hasta que me pregunté si no debía llamarlo.  Pero ya habíamos descubierto que no era ésa la manera de establecer contacto entre nosotros.  Sólo me restaba esperar a que se diera el milagro.
            Mi analista me seguía el juego de la metáfora, y no hubo forma de hacerle entender mi verdadera intención.  Sesiones enteras pasamos yéndonos por las ramas de la simbología, y hasta una vez terminamos hablando de reencarnación y de diferentes teorías sobre la vida después de la vida.
            Sintiéndome incomprendida, decidí no verla por un tiempo.  Me ayudaba a pensar, a ordenar mis ideas, pero esta vez decidí que lo más saludable sería desaparecer unas semanas.
            Esa noche me concentré con todas mis fuerzas.  Mi mente volvió con facilidad a los momentos más intensos de nuestra relación.  Para ello, claro, debía por un filtro los días que habíamos compartido y dejar en aquél todos los instantes amargos –que por cierto habían sido unos cuantos.
            De pronto recordé cómo me habían enseñado a relajarme y concentrarme en aquellas clases de yoga y respiración.  A pesar del tiempo pasado desde aquello, hice el máximo esfuerzo por poner en práctica los conocimientos aprendidos.  Y esto, sumado a mi propia técnica para volver a los recuerdos, hizo el intento mucho más fructífero.  Por un instante, durante esas tres o cuatro horas de concentración, había conseguido intercambiar un par de palabras con él.  No era mucho, pero era suficiente por ahora.
            Me alejé de quienes me conocían y suspendí mis actividades habituales.  Ahora sólo se trataba de establecer el deseado contacto.  Pero por más que me esforzaba, siempre terminaba en lo mismo: un pequeño diálogo que ni siquiera recordaba al salir de ese trance.
            ¿Dónde estaría él, que no acudía al llamado?  ¿Qué era lo que impedía que el encuentro se diera?  Seguí con mis ideas, con mi propio método para hallarlo.  Hasta que se dio este diálogo que sí no olvidé:
-          Yo no te lo pedía, vos eras la que no hacía nada para
evitarlo...Vení...
-          ¿Qué decís?  Siempre luché contra eso, no quiero ir, ni que
vengas...Quiero que nos encontremos a mitad de camino.
-          No puedo, yo tampoco puedo moverme...Vení...
Creí ver lágrimas en sus ojos, desesperación en su pedido, pero no
podía sucumbir, porque hubiera sido mi final.
            Cuando volví a mi analista, la pregunta obligada fue:
-          ¿Lo hallaste?
-          Sí, pero no estoy segura si era él.  Además...tal vez nunca lo conocí
en realidad.
-          Es difícil sostener que alguna vez terminamos realmente de conocer
a alguien.
-          No quise decir eso.  Quise decir que...tal vez todo esto no ocurrió
nunca.  Y que todavía estoy buscando al que no puedo encontrar.  ¿Era Don Quijote el que no distinguía realidad de sueño...?
-          Entre otros...
-          Sin embargo, creo que soy yo la que estoy siendo buscada, o tal vez
soñada, por quien me busca...
-          Eso es Borges.
-          Tal vez.  No fue mi intención someterla a este jueguito literario.  Es
sólo que los límites por momentos se desdibujarn, y ya no podría decirle si ahora estoy aquí o pensando que estoy aquí.  Lo que temo es...que estoy dividida en dos, y me aterra la otra.  Es impredecible.
-          Eso es esquizofrenia.
Me fui pensando que tal vez todo ese tiempo sólo había estado en casa,
entrando y saliendo de mi mente como quien abre y cierra un libro.  Así era precisamente mi vida, un libro que se desarrollaba delante de mis ojos, con mi analista como lectora de sus vaivenes, y conmigo como autora, o traductora, o...Todo parecía reducirse a un proceso de composición enfermiza con posterior interpretación intelectual.
            Sin embargo, mi vida se desenvolvió con relativa naturalidad, hasta que un día volví a casa, y no me encontré.  Esta vez el desencuentro era conmigo misma, y por cierto fue el más desconcertante de mi vida.  Alguien después (no sé bien quién) intentó escribir esta historia.

Este cuento fue publicado, con pequeños cambios, en Letras femeninas, University of Nebraska, Lincoln, Nebraska, EEUU.  Vol. XX, Nos. 1-2, 1994.



Este cuento fue publicado, con pequeños cambios, en Letras femeninas, University of Nebraska, Lincoln, Nebraska, EEUU.  Vol. XX, Nos. 1-2, 1994.

2 comentarios:

  1. Quizá, un poco de nosotros se va con cada recuerdo. Por eso hay muchos nosotros aquí y allá, recordándonos.

    PD. Los psicoanalistas sólo te meten la mano en tu bolsillo mientras vos estás mirando en tu inconsciente.

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  2. En estos últimos tiempos, reencontrarme con amigas y compañeras del pasado me hizo dar cuenta de todo lo que había olvidado...porque no las tenía a ellas para recordármelo. Supongo que esa debe ser parte de la tristeza que se siente cuando alguien muere: se van con esa persona que conociste todos las vivencias en común.

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